STANISLAV PETROV, O EL
INCIDENTE DEL EQUINOCCIO DE OTOÑO.
Era el 26 de septiembre de 1983; algunos no habrían nacido, y de haber sucedido
las cosas como podrían fácilmente haber transcurrido ese día, probablemente no
hubieran llegado a nacer jamás. Aquel día, fue quizás el más cercano que
estuvimos de la total destrucción del planeta.
Eran las 00.14 (hora de Moscú), y Stanislav
Petrov se encontraba de guardia aquel día en el principal centro de la
inteligencia militar soviética. Aquella noche se disponía a ser, como casi
todas las demás, una tranquila, serena, e inalterable velada. Lo cual no era
poco, por otra parte: Reagan no hacía más que hablar por aquel entonces de los
riesgos de Rusia, el Imperio del Mal (¿les suena?) y la amenaza de una guerra
termonuclear de un momento a otro, y aquel cowboy descerebrado (el cual luego,
por ser oportunista, todos halagarían como el hombre que terminó con la guerra
fría), estaba consiguiendo que el ambiente, tanto en la URSS como en su propio
país, se estuviera volviendo demasiado caldeado...
Pues bien, aquella noche, que hubiera tenido que
ser de tranquilidad, sosiego, y alguna partida de cartas entre tazas de café o
de poleo menta, se convirtió en una situación de alto riesgo, en cuanto por las
pantallas de los ordenadores se detectó el lanzamiento de un misil... en
dirección a Moscú... desde Estados Unidos... y con un protocolo de actuación
muy claro al respecto, que ordenaba que, en dicho caso, la inteligencia militar
rusa (es decir, y en aquel momento, Petrov), tenía que responder antes de
veinte minutos, comenzando, de manera irreversible y catatónica, la tercera
guerra mundial. Y Petrov conocía muy bien ese protocolo, precisamente, porque
lo había escrito él.
No obstante, Petrov tomó aire, y se pretendió
sosegar. Es sólo un misil, se dijo a sí mismo. Los ordenadores son idiotas,
pueden equivocarse, y desde luego, con el arsenal armamentístico de Estados
Unidos, no van a empezar la guerra con un solo misil. Así pues esperó, se
calmó, y rezó porque todo esto no fue más que un error informático.
El ordenador informó que los americanos acababan
de lanzar una nueva cabeza armada.
Petrov volvió a tomar aire, y pensó, Siguen siendo
2 misiles, con eso, no se empieza la guerra más grande de todos los tiempos...
Otro.
Otro.
Y otro.
Hasta cinco misiles fueron lanzados, y a pesar
de todo, Petrov se resistió a apretar el botón nuclear, basándose en los mismos
argumentos, la falibilidad de los ordenadores, y tan escaso número de armas
para iniciar una guerra. A algunos les parecerá que esto es de sentido común,
pero en un mundo como el militar, acostumbrado a obedecer órdenes sin
rechistar, la verdad es que tiene mucho mérito. De hecho, Petrov se jugaba toda
su carrera en aquel instante, ya que en apenas diez minutos el primer misil
impactaría en Moscú, haciendo añicos los edificios, y, seguramente, la
posibilidad de que Stanislav acabara muriendo lejos de un Gulag en mitad de
Siberia.
Pero afortunadamente, no pasó nada. Una extraña
conjunción astronómica (por lo visto, los rayos del sol habían impactado
demasiado directamente contra el satélite), había provocado esos 5 misiles
fantasmas. El superior de Petrov le felicitó (¡por salvar al mundo, a ver cómo
se hace eso!), y le prometió una medalla. Y todo pareció que estaba bien.
No obstante, no lo estaba tanto para las
autoridades rusas. El incidente había demostrado que sus carísimos equipos
informáticos no eran tan buenos como ellos pensaban, y por tanto, el incidente
fue ocultado y proscrito, pues hubiera supuesto la cabeza de unas cuantas
importantes autoridades. A Petrov no se le ascendió, y se le hizo la vida no
excesivamente placentera en el servicio, pues era el recordatorio vivo de aquel
bochornoso accidente. Finalmente, nuestro amigo Stanislav dejó el trabajo. Hoy
vive casi en la miseria, con huellas visibles en el rostro de un alcoholismo
que es producto seguramente de un suceso que marcó su vida, y que hizo (en mala
hora no le cambió la guardia a alguien), que nada volviera a ser como antes.
Hoy en día, y tras haber desclasificado el
incidente, a Stanislav se le conoce mucho más fuera que dentro de Rusia. De
hecho, todavía hay asociaciones que le invitan a cenas en el extranjero, y le
saludan como "el hombre que salvó la Tierra". En cambio, el pueblo
ruso no ha oído apenas hablar de su nombre. Existe incluso una asociación de
amigos de Stanislav, y páginas web (www.brightstarsound.com/), que
se dedican a hablar de él.
Un hombre salvó mi vida, la vuestra, y con ella
la de todo el planeta.
Él, sin embargo, sereno en numerosas
entrevistas, replica que sólo hizo su trabajo
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miércoles, 13 de marzo de 2013
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