Tras la tragedia llega la
lucha política
Hasta el momento se han recuperado 111
cuerpos, según las últimas cifras facilitadas por el Ministerio del Interior
El jueves por la mañana, mientras seguían flotando cadáveres
en las aguas de Lampedusa y ya se sabía que los inmigrantes muertos podían
contarse por centenares, la alcaldesa de la isla, Giusi Nicolini, envió un
mensaje de auxilio al primer ministro, Enrico Letta: “Venga aquí a mirar el
horror a la cara. Venga a contar los muertos conmigo”. Letta, sin embargo,
prefirió viajar ayer al santuario de Asís para asistir en primera fila a una
misa del papa Francisco. La alcaldesa Nicolini recibía, pues, la misma respuesta
que cuando, el pasado mes de febrero, envió una carta a la Unión Europea
preguntando: "¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?".
El silencio, un silencio incómodo, a veces maquillado de promesas o acusaciones
cruzadas, para no admitir que el drama continuo de la inmigración nunca estuvo
entre las prioridades del Gobierno. Ni del de Italia -con y sin Silvio
Berlusconi-- ni del de Europa.
El día amargo de después de la tragedia estuvo cargado de
testimonios. Se pueden dividir en dos grupos. En el primero caben las
declaraciones que hicieron los dirigentes políticos italianos para acusarse
entre sí -los xenófobos de la Liga Norte sostienen que la culpa del naufragio
es de una política demasiado blanda con los africanos- o para echar la culpa a
Bruselas de dejar a Italia vendida ante la avalancha de inmigrantes. El
vicepresidente del Gobierno y ministro del Interior, Angelino Alfano, llegó a
retar a la Unión Europea (UE) a que asuma sus responsabilidades: "En la
historia no ha habido nunca un Estado, una unión de Estados, que no se haya
hecho cargo de la responsabilidad de proteger sus fronteras. Un Estado que no
protege sus fronteras no es un Estado: Europa debe decidir si ser o no
ser".
Además de las declaraciones peligrosas -de la Liga Norte-o
retóricas -de Alfano--, hubo quienes como el presidente de la República,
Giorgio Napolitano, llamaron a "la reflexión sobre esta vergüenza" y
quienes, como el presidente del Senado, Pietro Grasso, apostaron por suavizar
una ley de seguridad que, al considerar delito la inmigración, actúa también
contra quienes ayudan a los náufragos en apuros. A partir del testimonio de
algunos supervivientes, que aseguran que tres barcos pesqueros pasaron cerca
del naufragio y no atendieron sus llamadas de socorro, se especula con que el
miedo a las represalias de la llamadaley Bossi-Fini pudo
agravar aún más la tragedia de un barco en llamas en medio de la noche.
En resumen, declaraciones. Palabras predestinadas a caer en
el olvido. Más difíciles de olvidar serán los testimonios de algunos de los 155
supervivientes, casi todos jóvenes de entre 15 y 25 años, o de los pescadores
que sí acudieron a su encuentro. Amina, de 20 años, dice: "Yo por suerte
sé nadar, pero mucho de mis hermanos no". Cuando los periodistas le
preguntan, temiéndose lo peor, si su familia también viajaba en el barco, la
muchacha responde: "No, no estaban mis hermanos. Me refiero a los
eritreos. Los eritreos somos todos hermanos. Ha sido terrible, hemos partido
unos 500, pero ni siquiera había entendido que nuestro destino era Italia. En
mi país vivía en el miedo". Otro náufrago, Dakarai, en apariencia más
joven que Amina, explica a una periodista de La Stampa:
"He tragado agua de mar mezclada con el carburante y ahora me quema la
garganta, tanto que no puedo siquiera beber. La barca tenía una fuga de
combustible, por eso se ha ardido: las mantas incendiadas por algunos muchachos
para que nos vieran desde la isla ha alimentado el fuego por culpa de la
pérdida de carburante. El incendio se ha provocado de repente, tremendo, la
nave se ha inclinado y hemos caído al mar. Hemos estado así, empapados, mucho
tiempo, dos o tres horas. Era terrible sentir todo ese frío, en la oscuridad,
viendo flotar los muertos. Parecían como los muertos que vuelven de la
guerra".
No solo el relato de lo supervivientes sobrecoge el corazón.
También el de los pescadores que se afanaron desde el primer momento a ayudar a
los náufragos o de recoger algunos de los 111 cadáveres encontrados -aún hay
muchos junto al pecio hundido, de momento inaccesible por la mala mar--.
Raffaele y Domenico Colapinto venían con el barco lleno de peces después de
faenar 24 horas. "El primero que izamos a bordo tenía sobre unos 30 años,
hablaba un buen italiano, tal vez fuese somalí. Nos ha dicho que eran al menos
450, que la mayor parte estaba sobre la nave. ¿Pero qué nave?, le preguntamos
nosotros, ¡aquí no hay nada, estás solo!".
Luego, con las primeras luces del día, fueron apareciendo
más, pero no sobre un barco que ya se había hundido, sino sobre las aguas.
"El náufrago", cuentan Raffaele y Domenico, "se puso con
nosotros a intentar subir a sus compañeros de viaje. Estaban todos cubiertos de
gasóleo, se nos escurrían de las manos. He agarrado a una mujer, pero no
conseguía retenerla y ha caído otra vez al agua. Yo le decía abrázate,
abrázate, pero ella me miraba y no decía ni hacía nada, estaba agotada, ni
siquiera conseguía flotar. Se ha hundido así, sin un grito, con aquellos ojos
que me miraban…".
Diario el País: PABLO
ORDAZ Roma 4 OCT
2013 - 21:28 CET
Además de la ficha y los pasos de siempre debes hacer una reflexión lo más profudna posibles sobre los derechos humanos y la problemática de la inmigración.
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