El secreto de Hitler era el odio
§ Laurence Rees analiza
en su nuevo libro el “oscuro carisma” del líder nazi
JACINTO ANTÓN Madrid, El País. 21 ABR 2013
Creemos saberlo prácticamente todo de Adolf Hitler, pero
quedan secretos irreductibles de su personalidad y su liderazgo. Para el
célebre historiador y documentalista británico Laurence Rees (Ayr, Escocia,
1957), ninguno como de qué manera consiguió arrastrar tras de sí, en la
terrible espiral de la guerra y el genocidio, a millones de alemanes. A tratar
de dilucidar eso y a explicar las claves de la fatal atracción del líder nazi,
el autor de Auschwitz, El
holocausto asiático, Una guerra de exterminio y A puerta cerrada, ha dedicado su nuevo libro, El oscuro carisma de Hitler(en Crítica, como todos los
anteriores). Rees destaca en los rasgos de Hitler "su ilimitada capacidad
de odio". Y advierte: "El poder del odio está infravalorado. Es más
fácil unir a la gente alrededor del odio que en torno a cualquier creencia
positiva".
Como persona, señala
Rees, Hitler era bastante lamentable. Un tipo psíquicamente “muy dañado”,
incapaz de amistades y afectos verdaderos, bañado en odio y prejuicios.
“Solitario y con una visión de la vida como lucha y de los seres humanos como
animales". Pero tenía carisma. "Solemos creer que el carisma es un
valor positivo, pero lo pueden poseer personas despreciables", reflexiona.
Rees "Lo más importante que hay que entender del carisma de Hitler es que
dependía de la gente. El carisma no existe sin conexión. No se puede ser
carismático en una isla desierta. Buena parte lo pone el otro". Vaya, como
el amor. "Sí, la idea es que cuando sentimos una conexión especial con
alguien creemos que depende de ese alguien pero en realidad depende en parte de
nosotros. El carisma de Hitler procedía tanto de la gente que lo seguía como de
él. Por eso ahora no lo percibimos en fotografías o películas. No nos habla a
nosotros. No somos de su tiempo. Lo que ha cambiado no es él, sino la
percepción que tenemos de él".
Rees explica cómo entre los propios alemanes fue cambiando
la influencia del carisma de Hitler. "Personas que lo veían como un
personaje ridículo o perturbado en 1928 pasaron a considerarlo un salvador en
1933". Siempre hubo, sin embargo, gente inmune a su carisma. Philipp Von
Boeselager, que se conjuró para matarlo, lo encontraba indigno y decía que era
repugnante verlo comer: un patán. "Bueno, pero hay que recordar que para
muchos alemanes los políticos educados eran los que les habían llevado al Tratado
de Versalles y al desastre: tiempos no convencionales requerían líderes no
convencionales".
Había que estar
predispuesto para seguir a Hitler, dice Rees, aunque él, el líder, aportaba su
intransigencia, su absoluta seguridad de su papel como figura providencial, su
habilidad para conectar con las esperanzas y los deseos de millones de
alemanes, su descontrolada emotividad y, sobre todo, su contagioso odio. “Una
de las cosas más difíciles del mundo es asumir las culpas y responsabilidades
propias, todos estamos predispuestos a proyectar nuestras frustraciones sobre
el otro, en forma de odio”.
¿Dependía el carisma de
Hitler del éxito? "Sí, ese aspecto fue vital. Si alguien dice que va a
hacer algo extraordinario y lo hace, la siguiente vez es más fácil tenerle fe.
Hitler jugaba fuerte, al todo o nada, y cada triunfo fortalecía su carisma.
Muchos militares, por ejemplo, que lo miraban con suspicacia, se rindieron a su
genio, su intuición, el famoso Fingerspitzengefühl, tras la larga serie de victorias que
parecían inexplicables. Aunque hoy retrospectivamente no lo veamos así y
Montgomery dijera que la regla número uno de la guerra era no invadir Rusia,
para la mayoría parecía mucho más increíble vencer a Francia que a la
URSS".
Entonces, ¿cómo sobrevivió su carisma a las derrotas a
partir de Stalingrado? "Al revés que Mussolini, Hitler desmanteló las
estructuras del estado, así que era más difícil apearlo del poder, además, a
los alemanes se les había inculcado el miedo al Ejército Rojo y su venganza,
que se iba a producir con la derrota aunque se deshicieran de Hitler, y por
supuesto, Hitler incrementó el terror de su aparato represivo en proporción
directa a la pérdida de su liderazgo carismático".
Hitler cultivaba su
carisma. "Absolutamente, de muchas maneras pequeñas incluso. Usaba gafas
pero nunca se dejaba ver y retratar con ellas. Cargaba una lupa. Hasta
fabricaron una máquina de escribir especial con caracteres muy grandes para
escribirle los textos que tenía que leer, la Führeschreibmaschine. También estudiaba mucho su imagen en
el espejo y practicaba su famosa mirada penetrante”.
Rees señala las diferencias
entre Hitler y Stalin en términos de carisma. "Stalin practicaba el
carisma negativo, toda la imagen de Hitler le parecía una sandez. Con Stalin no
había reglas para evitar ser asesinado. Nadie estaba seguro. En la Alemania
nazi estaba claro quienes iban a ser perseguidos por el régimen, en la URSS
estalinista no. Stalin unía con el miedo como Hitler con el odio".
Rees es un hombre afable,
acostumbrado a tratar con la gente. Ríe y bromea a menudo pero debajo de esa
capa alegre y aparentemente desenfadada se percibe la profundidad de un hombre
que lleva años, toda su carrera, enfrentándose a lo peor del ser humano. Para
sus libros y famosos documentales de la BBC ha entrevistado a innumerables
personas que vivieron la II Guerra Mundial, soldados y civiles, víctimas y
verdugos. Cuando le pregunto cuál de todos esos testigos de la barbarie le ha
impresionado más, pensando que me dirá que algún miembro de Einsatzgruppen o
Kenichiro Oonuki, el piloto kamikaze fracasado, se ensimisma un buen rato antes
de contestar: "Toivi Blatt, un judío polaco deportado en 1940 al campo de
exterminio de Sobibor, donde toda su familia fue asesinada. Blatt participó en
la revuelta de prisioneros de 1943 y logró escapar con un balazo en la
mandíbula. Hablábamos sobre lo que son capaces de hacer los seres humanos, y le
pregunté qué había aprendido de su experiencia. Me contestó: ‘Solo una cosa,
nadie se conoce de verdad a sí mismo'”.
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